Asensio Prado López
O manco de Vichocuntín
Asensio Prado López, nado en Folgoso (Cerdedo) en 1915 e falecido en Pedre (Cerdedo) o 5 de xaneiro de 1993, foi un home coñecido pola súa paixón pola música e a súa forza de vontade. Era irmán de Pedro Prado López, gaiteiro e percusionista. Asensio, coñecido como o manco de Vichocuntín, trasladouse alí despois do seu casamento.
A súa vida cambiaría radicalmente o 22 de xuño de 1943, cando perdeu ambas as mans nun accidente manipulando detonadores. Pero a súa paixón pola música e a súa forza de vontade non se virían abaixo pola súa nova situación. Asensio, sen mans, chegou a construir unha gaita. Convertiuse nun exemplo de superación, realizando tarefas cotiás como conducir, andar en bicicleta, traballar no campo e incluso na construción.
A historia de Asensio é unha fonte de inspiración para moitas persoas, e a súa paixón pola música segue viva na súa familia. A súa neta Mónica Bugallo Prado descubriu recentemente unha frauta travesa de madeira que Asensio usaba para tocar e que agora é un tesouro familiar moi valorado. A historia de Asensio demostra a importancia da paixón, a forza de vontade e a determinación para superar as dificultades e seguir adiante coa vida.
Na seguinte fotografía podemos ver a Asensio Prado (o segundo pola dereita). Fotografía obtina no grupo Vichocuntín único do Facebook:
Prensa
No diario La Región, número 13714 do xoves 18 de febreiro de 1954 podemos ler o seguinte artigo sobre Asensio Prado López. Destacar a errata no primeiro apelido de Asensio:
Asensio Trado López
EL HOMBRE QUE HACE SIN MANOS TODO LO QUE HARIA CON ELLAS
Iba a emprender el viaje en una moto "Ardilla" cuando me lo mostraron.
- ¿Es él quién conduce? - pregunté.
- Naturalmente. Y lo hace como el más consumado motorista.
Le faltaban las dos manos y sujeto al muñón de la derecha llevaba una pinza protésica, con la que verificaba todas las maniobras previas al arranque de la máquina sin la menor dificultad. Yo me aproximé y le pedí que me hablase de algo de si mismo y de sus habilidades. Un hombre que conduce una moto sin manos es siempre un buen tema periodístico. A él no le pareció mal mi curiosidad y pocos minutos después la satisfacía cumplidamente. Se llamaba Asensio Prado López, natural de Folgoso (Pontevedra) y avecinando en Untes, a unos kilómetros de nuestra capital, donde está encargado de las obras del Plan de Modernización de Carreteras a las órdenes del contratista don Raimundo Vázquez. Tiene 38 años de edad y es casado, con dos hijos.
- ¿Consecuencia de la guerra? - le pregunté haciendo un ademán significativo.
- No, no. Nada de eso.
- ¿No estuvo en ella?
- Al contrario, la hice toda. Soy de la quinta del 38. Pertenecí a varios regimientos, pero me licenciaron en el de Infantería Burgos, número 31. Hasta fui herido de un tiro en una pierna durante el asedio de Teruel. Un día nos coparon los rojos. Yo me emplacé detrás de un peñasco con la ametralladora, pero ellos me localizaron en seguida con otras seis. Se me encasquilló, pero conseguí arreglarla en poco tiempo. Los demás compañeros que tenían máquinas murieron todos, quedando solo el proveedor de la mía y yo, hasta que llegó nuestra aviación e hizo huir al enemigo. Fue entonces cuando nos hirieron al proveedor y a mí.
- ¿Fue muy grave su lesión?
- No. Una cosa pequeña en una pierna. Ni siquiera quise ir al hospital, a pesar de que el teniente intentó evacuarme.
- ¿Qué pasó al terminar el Movimiento Nacional?
- Me emplee con el señor Cachafeiro, como encargado de las obras accesorias de la estación de Robla, en la provincia de Zamora, de la nueva línea del Ferrocarril.
- ¿Y el accidente?
- Ocurrió el 22 de junio de 1943. Tenía una brigada sacando piedra de una cantera cuando se me acercó un pinche pidiéndome detonadores. Me fui a la casa-almacén de la obra y al coger la caja con una mano para extraer un detonador, al rozarlos, hicieron todos explosión.
- ¿Cuál fue la consecuencia?
- Me quedé sin las primeras falanges de los dedos de ambas manos y con las palmas un poco agrietadas. Me llevaron al hospital de Puebla de Sanabria y de allí a un sanatorio de Zamora, donde a causa de la gangrena, tuvieron que amputarme las dos manos.
- ¿Le fue difícil amoldarse a la nueva vida?
- Un año, sobre poco más o menos, lo pase muy aburrido. Creía que no iba a servir para nada y esto me desesperaba. Primeramente me dieron las pinzas protésicas, que en un principio se me hacían de muy difícil manejo. Después me hice en Vigo unas manos artificiales.
- ¿Utiliza los dos aparatos, indistintamente?
- No, señor. Las manos artificiales terminé por dejarlas a un lado. Son muy molestas y se necesita la ayuda de otra persona para ponerlas. En cambio, las pinzas, a fuerza de voluntad y paciencia, conseguí adaptarme a ellas perfectamente.
- ¿Tardó mucho tiempo en dominarlas?
- Cinco o seis meses.
- ¿Qué puede hacer ahora con ellas?
- En realidad todo lo que hacía con las manos. Aparte de conducir la moto, puedo conducir un coche estupendamente, aunque no se me ha concedido el carnet. Dibujo para levantar croquis en las obras en que estoy empleado, trabajo con un torno como cualquier tornero, hago muebles de todas clases, trabajo en el campo con el arado o el azadón, escribo, me afeito, le arreglo el pelo a cualquiera... Hasta hice una gaita gallega, que le regalé a mi hermano.
- ¿Percibe alguna pensión, como consecuencia del accidente?
- Tengo una renta vitalicia del 75 por ciento d elo que cobraba, que me paga la Caja Nacional del Seguro de Accidentes del Trabajo.
- ¿Cómo maneja las pinzas protésicas?
- Apretando una palanca, que está adicionada a ellas, contra el cuerpo o con el muñón de la mano izquierda. Por lo regular, solo llevo puesta la del brazo derecho, porque con las dos me armaría un lío cada vez que tuviera que manejarlas.
- Oyéndolo, cualquiera creería que no echa de menos sus dos manos.
- De momento, así es. Y así será mientras tenga fuerzas para accionar las pinzas. Si algún día, a causa de los años, las cosas se ponen de otra manera, entonces que sea lo que Dios quiera.
- ¿Hay alguna cosa que podía hacer con las manos y no pueda hacer, en cambio, con este aparato?
- Lo único que no consigo es abrocharme el botón del cuello de la camisa.
- ¿Le impide eso ser todo lo feliz que quisiera?
- En absoluto. Terminé por no concederle importancia. También se puede vivir con el botón del cuello desabrochado.
- Sí, señor. Además, como dice el otro, a grandes males, grandes remedios.
F. ALVAREZ ALONSO